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El uso de cápsulas fue la primera estrategia para evitar el mal sabor del aceite de ricino.

EL ACEITE DE RICINO

Por: Carlos Crismatt Mouthon

Una escena que recordamos todos los niños y jóvenes de mitad de Siglo XX en Cartagena era la mesa servida con casquitos de panela y gajos de naranja y la puerta de la calle cerrada con llave. Era el aviso para la liturgia de la desparasitación, cuyo acto central era la llamada 'purga' que se hacía con aceite de ricino.

Muchos lo llamaban también 'aceite de castor', ya que en Estados Unidos se envasaba con el nombre de 'castor oil' y su traducción literal llevaba a la confusión.

Igualmente salió después un aceite de ricino bajo el nombre comercial de 'Laxol', que aún se vende para tratamientos cosméticos.

El aceite de ricino es tan desagradable, que para poder ingerirlo se debía enmascarar su sabor. Por ello, se trataba de engañar a los de menos edad dándoles a masticar previamente la naranja y la panela.

Pese a ello, no faltaban los que apenas veían poner estos elementos en la mesa ponían pies en polvorosa y se montaban en el palo más alto y frondoso del patio o se volaban la paredilla para donde los vecinos.


Moderna presentación del Laxol con sabor agradable al paladar.

Pero ahí no terminaba la película, ya que el tratamiento debía repetirse varias veces al año, ya que por un lado era sabido que los huevos de los parásitos no se expulsaban y debía esperarse a que se volvieran adultos, y por el otro que los malos hábitos higiénicos promovían nuevas infestaciones.

Recordemos que en esa época los parásitos causaban más estragos que en la actualidad, dadas las condiciones sanitarias de la ciudad. Era común que las deposiciones se hicieran en una esquina del patio, ya que apenas se comenzaban a utilizar las letrinas. Los más adelantados tenían sanitarios, pero que descargaban en los llamados pozos sépticos, ya que no existía el alcantarillado sanitario.

Por otro lado, el servicio de acueducto era incipiente y la mayoría de las casas se surtían de las aguas lluvias recogidas en aljibes. Además, el sacrificio de vacunos y cerdos y el expendio de leche, carnes, verduras y otros alimentos carecían de normas y de supervisión que aseguraran un manejo adecuado para la salud pública.

Todo esto era caldo cultivo para que niños, jóvenes y adultos fuese atacados por parásitos intestinales, que llegaban a producir hasta el deceso de los más desnutridos.

Se sabe que el aceite de ricino no es un desparasitario en sí, pero en esas etapas iniciales de la farmacología y la terapéutica -en que había mucho desconocimiento en la población sobre estos temas- se creía que el uso de un vermífugo -el que expulsa los gusanos o vermes- como el aceite de ricino también tendría propiedades vermicidas -el que los mata-.

Pero aunque no lo fuera, si podía tener algún efecto porque podía arrastrar fuera del intestino los posibles parásitos. Es decir, que no los mataba, pero al final se deshacía de ellos por la fuerza mecánica del aumento del peristaltismo -movimiento del intestino- provocado por su ingesta.

Otras personas mejor informadas utilizaban antiparasitarios naturales, como los preparados de leche de coco contra las tenias o solitarias, pero después se tomaban un purgante -ya fuera aceite de ricino o sal de Epson (sulfato de magnesio)- para evacuar los parásitos muertos.

Ante el rechazo del aceite de ricino, la industria farmacéutica ripostó con el Limolax que por su sabor a limón debía ser mejor aceptado. Pero se equivocaron, porque era tan fuerte que para hacerlo pasable debía enfriarse previamente en el congelador de la nevera. Se decía entonces que el remedio era peor que la enfermedad.

Con el paso del tiempo el uso de los purgantes para el tratamiento antiparasitario intestinal ha pasado de moda, y hoy se utilizan modernos medicamentos -hasta de una sola dosis- para amebiasis, verminosis y teniasis. Sin embargo, al igual que el litargirio, el aceite de ricino aún tiene demanda en el mundo moderno como laxante para la pérdida de peso por parte de los anoréxicos y bulímicos.

 


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