Por: Javier Rodríguez de Ávila
La fortaleza de San Felipe de Barajas, en Cartagena del Caribe, inmisericordemente sigue hostigada por algunos edificios contemporáneos, perdón, por ciertos "adefesios" que disminuyen defectuosamente su concepción.
Hemos permitido "en lo poco que nos queda" en aras de unos indolentes, que sea agredido el entorno de la ciudad insular con su imprescindible guardián. Espero que se entienda que estámos obligados a conservar los 356 años de existencia, del mejor ejemplo puntual americano de la Arquitectura Militar Abaluartada.
El valor paisajístico de la población indiscutiblemente deberá ser prolongado, como él, más allá de la moda de los "Shopping center" intrascendentes, o de otras que seguirían contaminando visualmente por diferentes flancos las zonas congénitas de los extramuros de una ciudad asentada en dos islas amuralladas con un solo contacto con tierra firme, cuando lo lógico, desde el punto de vista de la Preservación, es que todo el borde de los barrios de Chambacú y El Espinal, hasta el puente de las Palmas, sea transformado en una banda verde recreativa que conservará su espacio natal destacando el campo de tiro de la artillería a tierra.
La circulación por los caños en lanchas turísticas, y por el litoral con paseos peatonales semejantes a los recién construidos en Puerto Duro, revindicará el escenario original con su ecosistema y revalorizará las fachadas hacia los cuerpos de agua de la ciudad insular que evidentemente han quedado desatendidas e ignoradas.
Ojala se lograra despejar las zonas de extramuros.
Fotografía intervenida satelital en perspectiva del escenario a salvaguardar en la actual ciudad de Cartagena del Caribe.
