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Salto del Cabrón en la Ermita de La Popa.

LA SUBIDA A LA POPA

Por: Carlos Crismatt Mouthon

En la Cartagena de principios y mitad del siglo XX, existían dos romerías cada año. Una, era para la salida del Bando en la fiestas del 11 de noviembre, que se efectuaba frente a la alcaldía y el muelle de Los Pegasos. Y la otra, para festejar la fiesta de la Virgen de La Candelaria el 2 de febrero con la subida a La Popa.

A las cuatro de la mañana, las familias completas iniciaban su recorrido a pie para llegar a la cima antes de la misa de las 6 de la mañana. Los residentes de Manga y del mismo Pie de la Popa no tenían que hacer mayor esfuerzo para llegar a la subida del monasterio.

Los jóvenes de Torices, Santa Rita y Canapote utilizaban algunos caminos naturales hacia la cumbre que conectaban con las calles Santander, José María Passos y la del actual mercado de Santa Rita. Los más viejos tomaban la calle Bogotá y luego atravesaban Nariño y Lo Amador, para junto a los moradores de estos barrios llegar a la subida en el Pie de la Popa.

Los habitantes del resto de barrios de Cartagena utilizaban inicialmente los caminos aledaños a la vía del tren y después la avenida Pedro de Heredia para llegar a la subida de La Popa.

Para los niños eran una especie de aventura anual, que incluía la subida en burros o caballos, por lo que siempre estaban apostados en la subida algunos animales de alquiler. Por su parte, los dueños de fincas traían sus propias bestias, con las que recorrían la ciudad antes de subir a lo alto de la colina.

De aquí surgió la costumbre de las cabalgatas, que inicialmente se organizaron para las Fiestas de la Candelaria y después para otro tipo de eventos.

En cuanto a los jóvenes de ambos sexos, su destino eran los caminos tramposos, que eran rutas que se formaban con las lluvias y que se utilizaban tanto para subir como para deslizarse con las nalgas, cuesta abajo. El más recordado -por ser el más largo y tortuoso-, era 'la papayita', que se iniciaba en lo más alto al pie de la gigante cruz de cemento y terminaba al lado de una imagen de la Virgen colocada sobre el camino.

Por fortuna ya vendían en Cartagena los bluyines Lee, que eran los únicos que sobrevivían al extremo roce con la tierra y pequeñas piedras de los caminos tramposos. Quienes usaran otro tipo de pantalones, su rotura era inexorable.

Era el deporte extremo de la época, no exenta de accidentes, ya que una rama truncada, una piedra filosa o el tronco de un árbol en el punto en que se bifurcaba el camino, podían causar daños corporales -con rotura de huesos incluida- a quienes nos lanzábamos por ellos.


Aposentos en la Ermita de La Popa.

Antes de subir, era obligatorio comprar los trozos de caña de azúcar para ir chupando su líquido por el camino, y si era mucha la sed entonces era imperativo tomarse el guarapo de caña. Y a la llegada a la cima, era momento de comer las empanadas con huevo y tomar un café con leche caliente, para mitigar el hambre y el frío de la madrugada, en los puestos de comida instalados debajo de los arcos de los aposentos de la entrada -en los que se permitió en un tiempo que los feligreses pudiesen pernoctar-.

Aunque si había suficiente dinero, se podía pedir un desayuno completo con carnes, arroz con coco o con pollo, y pasteles de arroz, entre otros.

Con el paso del tiempo se permitió poner alrededor de la cruz de la entrada las tradicionales mesas de fritos, con carimañolas de yuca, empanadas de maíz y buñuelos de fríjol, y hasta una carpa de carne a la llanera hizo su presencia en las alturas a finales de los años 50.

Esta tradición nació desde 1607, en que los Agustinos Descalzos Recoletos fundan el Convento de La Popa. Cuenta la leyenda que antes de esa fecha los indios nativos de la zona subían allí para adorar una imagen en oro de un macho cabrío a quien llamaban Buziraco.

Luego de que fray Alonso de la Cruz Paredes lanzará esta imagen por lo que hoy se conoce como el Salto del Cabrón, se inicio su construcción.

Después se entronizó la imagen de la Virgen de La Candelaria, que según la historia fue hallada por el sacerdote español Alfonso García Pared en una casa de la calle de Las Damas.

Se cuenta que en la búsqueda de una imagen de la virgen, al pasar por esa calle una señora le preguntó al sacerdote qué buscaba, y al responderle que era una imagen de la Virgen de la Candelaria para llevarla al convento de La Popa, le dijo que regresara en tres días. Al volver, no encontró a la señora, pero sí a la virgen.

 


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