Momento del bautismo católico. |
EL PADRINO PELÓN
Por: Carlos Crismatt Mouthon
Una de las costumbres de la Cartagena de mitad del siglo XX que aún se recuerda -pero no se si todavía se practica- es la tirada de monedas por parte de los padrinos de bautismo a la salida de la iglesia.
Se entiende que es una herencia española, en la que se quiere simbolizar que su ahijado tendrá abundancia de riquezas y que no le va a faltar nada en el futuro.
Por ello, la noticia del nombramiento del padrino llevaba implícita tanto la responsabilidad inmediata de conseguir una buena pinta para el día de la ceremonia, la de comprar el regalo para el futuro ahijado y la de buscar las monedas -y a veces billetes de baja denominación- que debía regalar al público después de la ceremonia.
Como era difícil que los bancos hicieran el cambio por monedas, el mejor aliado del padrino era la tienda del barrio, a cuyo dueño o dueña se contactaba para que hiciera el favor de guardar el menudo y se les dejaban los billetes que se iban a cambiar.
En términos de género, esta era una actividad netamente machista, ya que estaba reservada únicamente al padrino. Es decir, que la madrina estaba excluida de hacer este tipo de regalo a los acompañantes del bautizo.
Por supuesto, los chicos de los barrios -como conocedores de esta rentable costumbre- tenían como actividad prioritaria el estar los sábados por la tarde en la iglesia de su parroquia en que se celebraba el rito del bautismo católico. Ellos no participaban en ninguna de las actividades dentro del templo, ya que su papel era el de ser receptores de los monedas del padrino.
Era una situación curiosa y ambivalente, ya que si el padrino creía en la costumbre del regalo para el bienestar futuro de quien recibía el sacramento, esperaba que la muchachada estuviese esperando en la puerta la salida del nuevo cristiano con sus padrinos y familiares para tirar al aire en abanico las relucientes monedas. La soledad era su peor escenario.
Pero si, por el contrario, el padrino lo hacía por compromiso o era muy duro -tacaño-, entonces deseaba que ese día lloviera o que los jóvenes estuviesen en otra parte jugando tapita o béisbol.
Al final, si el padrino era dadivoso, después de ser recogidas las monedas -y de pronto unos billetes de a peso- recibía fuertes aplausos y unos cuantos vivas. Pero si no había monedas al salir de la iglesia -o eran de pronto unas cuantas- el coro decía a todo pulmón: ¡padrino pelón!