Zapatos con carramplones en la punta de la suela y en el tacón, este último en forma de herradura. |
EL CARRAMPLÓN
Por: Carlos Crismatt Mouthon
Cuando los zapatos eran totalmente de cuero, desde el empeine hasta el tacón, las suelas eran muy susceptibles a la humedad de las lluvias y de los charcos, así como al desgaste por las calles destapadas y con pequeñas piedras por todos lados. Y qué decir cuando se trataba de pasear y jugar por las murallas.
A pesar de la fama de durables de los zapatos Corona, un par nuevo no aguantaba un semestre de estudio sin tener que visitar la remontadora.
Por ello en los primeros años de la ciudad moderna se puso de moda el carramplón, una chapa metálica que se clavaba en los tacones de los zapatos para evitar su desgaste. Además, venían unos más pequeños en forma de media luna que se ponían en la punta del zapato, para defenderlos de los constantes golpes en esa zona al caminar.
Pero si bien en las calles de tierra cumplían fielmente su objetivo, el problema era cuando se caminaba sobre las baldosas de las casas y del colegio, ya que un grupo de estudiantes sonaba como un tiro de caballos a medio galope. En estos casos la reflexión era que bien valía la pena una mirada regañona o un llamado al silencio, mientras nuestros flamantes zapatos Corona resistieran el embate de las piedras.