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Foto callejera en la calle Vicente García en 1959.

LAS FOTOS CALLEJERAS

Por: Carlos Crismatt Mouthon

Durante las décadas de los años 50, 60 y 70 del siglo XX fueron muy populares las fotos que se tomaban en la calle a los transeúntes y que luego podían ver y solicitar una copia ampliada. Fue un negocio que floreció en las principales ciudades del país, en una época en que las cámaras fotográficas eran de rollo y no estaban al alcance del bolsillo.

Por ello, los fotógrafos de esta modalidad -que en algunas partes llamaban "fotocine"-, se apostaron inicialmente en la calle Vicente García para captar a las personas que visitaban el centro para hacer toda clase de diligencias.

Hay que recordar que en esos tiempos casi todo estaba concentrado en la ciudad vieja, como las oficinas gubernamentales y judiciales, los colegios, la universidad, los almacenes y los talleres de reparación, entre otros.

Como la actividad creció gracias a la respuesta positiva del público, al poco tiempo las cámaras se ubicaron en otros sitios de gran afluencia, pero además también estaban presentes en los desfiles y en las fiestas novembrinas.

De esta manera quedaron guardadas en los álbumes familiares cientos de fotos de toda una época, en que gentes de diferentes condiciones sociales eran inmortalizadas al natural, sin poses y sin maquillajes.

El trámite era sencillo, ya que se tomaba la foto y al usuario se le entregaba un tiquete con un código que permitía a los del laboratorio distinguir los diferentes rollos, y servía para ir a ver al día siguiente la foto de contacto, que era una reproducción que se hacía del negativo sobre el papel fotográfico, por lo que su tamaño era en miniatura.

Por esto no se cobraba, pero si la toma era de su agrado -y de acuerdo con la capacidad de venta de la persona que atendía- podía autorizar ampliaciones mediante el pago de un anticipo en dinero. Las más comunes eran la de tamaño billetera de 9x12 cms y la postal de 13x18 cms.

Para sacarle mayor provecho al negocio, los fotógrafos lograron obtener un número superior de tomas a las normales del rollo negativo, gracias a la llegada de la cámara profesional japonesa Olympus Pen que tomaba dos fotos de un negativo, utilizando la misma película de 35 mm en blanco y negro que usaba la tradicional Leica.

Estos negativos se compraban en latas y se cortaban y montaban en sus magazines en el respectivo laboratorio local. Además, no atendían en locales propios, sino que arrendaban pequeños espacios en otros negocios -como farmacias- para colocar un mueble de madera atendido por una agraciada joven, que era todo lo que necesitaban. El proceso de revelado y copiado los hacían en sus casas o en otros sitios menos costosos.

 


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