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Los Últimos días de Mozart. [Pintura: Hermann Kaulbach, 1872]

CUANDO LA GENTE SE MORÍA DE REPENTE

Por: Carlos Crismatt Mouthon

En la mitad del siglo XX la medicina tenía muchas zonas oscuras. Por ejemplo aún no se hablaba de 'cáncer' y 'sida'. Eso sí, la penicilina estaba en su apogeo y salvaba vidas que antes se llevaba una simple herida infectada.

Entre otras cosas, la penicilina también fue la cura milagrosa para la gonorrea -o blenorragia- que era la enfermedad de transmisión sexual más común de la época. Su nombre estaba prohibido pronunciarlo y las víctimas consultaban al médico amigo fuera del consultorio, lo mismo que buscaban al inyectólogo de la farmacia para que les aplicara la penicilina.


Abajo a la derecha, entrada clausurada para los vehículos por la Puerta de Santa Catalina.

Un recuerdo de esos años era cuando el bus de 'La Esperanza' que venía de recoger a los alumnos de Torices, Marbella y Cabrero entraba a San Diego por la puerta de 'Santa Catalina' -la sencilla, al norte de la doble de 'Paz y Concordia'-, en que en una de las casas enfrente de esa puerta se veía una fila de mujeres una vez a la semana. La curiosidad de los jóvenes estudiantes se vio recompensada cuando se supo -sin tantos detalles- que eran señoras que debían ser examinadas por los médicos para darles un carnet con que ejercer su profesión de meretrices.

Hay que imaginarse la gravedad de la presencia de este tipo de enfermedades sexuales, cuando las autoridades sanitarias empezaron a ejercer estricto control sobre quienes por su oficio eran las transmisoras ideales. Ellas tenían diversos nombres, como el de 'playeras' -por los prostíbulos que hubo en el 'Playón del Blanco'-, hasta el poco recordado de 'coya' y el eufemístico de 'mujer de mala vida'.


Casa amarilla con columnas enfrente de la Puerta de Santa Catalina en donde funcionaba salud pública en los años 50.

Pero regresando al tema principal, el catálogo de enfermedades de las que morían los cartageneros era muy breve. Una de las más conocidas era el 'tumor', que correspondía a crecimientos anormales de cualquier parte del cuerpo que aparecía hinchada. Si bien a nivel mundial ya en los medios se hablaba de 'cáncer' desde finales del siglo XIX, la palabra 'tumor' era la predominante en el lenguaje médico, y se hablaba de los 'tumores malignos' y los 'tumores benignos'.

Cuando llegaba alguien con un 'tumor', el diagnóstico era de pronóstico reservado, ya que estos pacientes acudían a donde el médico cuando estaban bien avanzados y había poca esperanza de vida. Y esto se debía a que se consideraban enfermedades vergonzantes y por lo tanto el enfermo debía apartarse de la vista de las personas y confinarlas en el último cuarto de la casa. Una reacción que también sufrían los familiares locos o con 'mongolismo', como se llamaba entonces al síndrome de Down.

Otra dolencia común era la 'fiebre alta', y así se llamaba cualquier tipo de patología no diagnosticada que cursara con temperatura de 40 grados Celsius. En el antiguo hospital Santa Clara muchos pacientes terminaban con severas lesiones de conducta o de movilidad por culpa de una 'fiebre alta', y en el peor de los casos con la muerte. Esto se daba porque aún estaban en pañales las pruebas bacteriológicas de laboratorio, de tal manera que el médico debía hacer uso de su 'ojo clínico' para dar un diagnóstico, además de que el arsenal de medicamentos disponibles era muy escaso y por lo general debían enviarse a preparar en las boticas.

Pero los de malas eran los que llegaban con 'fiebre alta y cólico' -síntomas, entre otras patologías, de apendicitis o peritonitis- y que entonces se convertía en 'cólico miserere' -nombre tomado de un Salmo-, que por lo general llevaba al paciente a la tumba.

Y la campeona de las enfermedades letales era 'morir de repente'. Podía ser un ataque cardíaco, una hemorragia cerebral, una embolia, el rompimiento de un aneurisma o un paro respiratorio. Lo único para caer en esa clasificación era morir antes de ser llevado al hospital.

Eso era totalmente diferente a los que se morían sin sufrimiento, acostados en las camas de sus casas, ya que en esos casos era una 'muerte natural'. Podían ser tanto los viejitos que cumplían su ciclo vital, como otros de menor edad que sufrieran anemias, parasitismo, desnutrición, insuficiencia cardíaca, entre otras patologías, que no eran consultadas y nunca recibían tratamientos adecuados, sino las medicinas tradicionales.


El 'numotizine' para abrir las 'bocas' de los 'nacidos'.

Y es que todavía se recuerdan los tratamientos caseros, como aquel del 'ron compuesto' que se hacía con los restos del 'ron tornillo' de las fiestas, que se echaba en un frasco grande con ramas y hojas secas de árboles y matas medicinales. Servía para toda clase de golpes y aún para el dolor de cabeza, pero no tomado, sino untado.

Cuando aparecía un 'nacido' -especialmente los 'golondrinos' en las axilas- se utilizaba como cataplasma el 'numotizine', una crema de color violeta que hacía que se abriera la 'boca' y pudiera ser drenado y curado.

Otro receta favorita era el uso de la 'penca de sábila' para quienes sufrían ataques de asma, acompañado de fricciones en la espalda con un cepillo untado de 'sebo de cuba'. Otra técnica era entibiar un poco del ungüento mentolado 'Vicks Vaporub' y frotarlo en el pecho y cuello, después de lo cual se cubría con una sábana o una toalla.

El mencionado 'sebo de cuba' era también usado para las luxaciones o torceduras por parte de los 'sobadores', que mediante sobijos con sus dedos en la parte afectada devolvía las 'cuerdas' -los tendones- y las articulaciones a su puesto y eso eliminaba el dolor y disminuía la inflación.

A los recién nacidos se les ponía un botón o una moneda en el ombligo para evitar que le quedara abultado y se le curaba con 'árnica' y 'caraña'. Esta última es una goma vegetal y su nombre se asociaba con una persona muy joven cuando se le decía que 'todavía hueles a caraña'.

También a los niños que tenían problemas para caminar se les untaba clara de huevo o aceite de tiburón en las rodillas para que se les 'atesaran'.


La bolsa de agua caliente. [Foto: Viamed.net]

Para la diarrea se le daba al afectado 'Kola Román' con limón. Y cuando se querían evacuar los intestinos por haberse purgado o por estitiquez entonces se recurría al 'lavado' -el clásico enema o lavativa-, que se hacía con una bolsa roja de goma -llamada comúnmente bolsa de agua caliente- con una rosca en su boca a la cual se le unía un tubo largo con una cánula plástica en su punta que se lubricaba con vaselina y se introducía por el ano. Luego por gravedad y un poco de presión se inyectaba agua jabonosa tibia, de tal manera que al aumentar la presión interna se producía la expulsión intestinal.

Para los dolores de garganta y carrasperas era infalible la mezcla de azufre con miel de abejas y unas goticas de limón. Para la piquiña de enfermedades de la piel -como el sarampión- se hacían baños con agua de matarratón hervida, así como el uso de harina de yuca sobre las partes afectadas. Si se presentaban picaduras de insectos, la indicada era la 'curarina'. Y si en el mar se era picado por una 'aguamala', lo mejor era orinarse el sitio afectado.


La venerable 'cafiaspirina'.

La leche de magnesia.

Cuando se presentaba acidez estomacal o 'pesadez' después de una comida, lo recomendado era tomar leche de magnesia. Además, ésta era utilizada como 'todo en uno' para piel, ya fuera para quitarle la grasa, para las quemaduras -especialmente las solares-, para la dermatitis -como en la pañalitis-, para la sudoración excesiva -'hiperhidrosis'- y aún como desodorante.

Para el hipo había que tomarse un vaso de agua al revés, con la cabeza hacia abajo. Si se hacía un corte en los labios se untaba azúcar. Si la herida era en la piel entonces se usaba café molido. Para limpiarla se utilizaba el 'merthiolate' y para cubrirla se ponía gasa y encima esparadrapo. Pero si era una herida con un clavo u otra pieza de metal oxidados, entonces debía aplicarse tintura de yodo para disminuir la posiblidad del tétanos.

Finalmente -para no ser más extensos-, cuando aparecía el dolor en las muelas cariadas se metía una motica de algodón untada de 'creosota' con un palillo. Y para el dolor de cabeza fuerte, la 'cafiaspirina'.

 


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