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La 'uvita de playa', la primera que viene a la mente.

El icaco era abundante en el actual Bocagrande, llamado entonces 'Punta Icacos'.

LAS COSAS OLVIDADAS DE CARTAGENA

Por: Carlos Crismatt Mouthon

Haciendo un repaso de las cosas que conocimos en la mitad del siglo XX y que hoy no están en la vida diaria de los cartageneros, encontramos algunos nombres que vamos a recordar, y que esperamos se amplíen.

Un ejemplo son las frutas. Aunque no se nombrarán en orden de importancia, la primera que viene a la mente es la 'uvita de playa', que recogíamos en el sector de la muralla cuando salíamos por la puerta del 'Boquetillo' para las clases de educación física del colegio de 'La Esperanza'.

Era un árbol de tallos gruesos -ramificados y torcidos por la acción del viento- y de hojas redondeadas, que producía unas frutas en ramos parecidos a los de la uva, que cuando estaban maduras tenían un color rojo purpúreo y su sabor dulce, suave y ligeramente ácido era único y adictivo.


El jobo tiene cierto parecido con la ciruela roja costeña, pero no son parientes.

Otro árbol de playa que existió en grandes cantidades en el viejo sector de Bocagrande era el icaco, lo que le dio su nombre original de 'Punta Icacos'. Su fruto era del tamaño de un ajo grande y de color blanco con tonos rosados en algunas áreas. Pero a diferencia de la 'uvita de playa', el sabor del icaco era insípido, hasta el punto que se decía que sabía a 'beso de boba'. Sus hojas grandes y los pequeños ramos de flores blancas en la parte superior de las ramas destacaban en la distancia.

Uno que tenía su grupo exclusivo de catadores era el jobo, cuyo árbol era de la misma altura del mamón y estaba en casi todos los patios de los barrios cartageneros. Su fruto tenía más o menos la misma forma y tamaño de la ciruela, pero de color amarillo y sabor ligeramente dulce y ácido.

Aunque algunos vendedores llevaban el jobo en sus carretillas, la verdad es que la ciruela costeña le ganaba en la preferencia de los compradores. Pero de todas maneras sus seguidores siempre estuvimos firmes y solicitábamos su presencia.


Fruto del marañón, con su nuez en la base. [Foto: Wikipedia]

Otro fruto muy abundante en los patios de las casas cercanas a la costa era el marañón, reconocido por un falso fruto grande -llamado 'seudofruto'- de colores de tonos rojos y naranjas y de consistencia carnosa, que sin embargo tenía un sabor dulzón y ligeramente ácido, pero 'marroso' -astringente- que no le gustaba a la gente.

En cambio el apetecido era el fruto verdadero en forma de nuez, que era la parte más pequeña parecida a un riñón que estaba en el extremo inferior del 'seudofruto', y que se ponía sobre una fogata para asarlo y que después de quitarle la cáscara dejaba ver y comer una especie de maní grande muy delicioso, cubierto de un aceite suave.

La guinda era otra de las pequeñas golosinas que era buscada con vivos deseos. Su fruto pequeño y redondo de color verde o ligeramente rojo cuando había madurado, engañaba y hacía dudar a muchos de su agradable sabor. A muchos nos gustaba verdosa, que al morderla y partirla en dos sonara algo parecido al descorche de una botella.


Nuestra guinda no tiene nada que ver con las guindas y cerezas de Europa.

Nuestra guinda parece no tener ningún parentesco con las cerezas y guindas europeas, que son otra cosa. Tampoco con la frase 'la guinda del pastel' que se usa para denotar que algo es lo máximo a lo que se puede llegar o terminar algo con el mayor puntaje. Esta expresión viene de la costumbre de terminar de decorar un pastel -no el pastel cartagenero, sino el pudín- con una guinda europea roja puesta encima.

También se recuerda la grosella, una fruta que nace en racimos y tiene una forma redondeada pero con lóbulos en su superficie de color amarillo verdoso claro. Su sabor es ácido y la mejor manera de consumirla era en dulce, aunque a algunos les gustaba comerla con sal.


El dulce de grosella era de los más apetecidos.

Con un nombre de origen indígena, la chirimoya era la reina de los jugos. Su delicado sabor y olor la hacían insuperable en los días calurosos. A diferencia de otras variedades del resto del continente, la que crecía en Cartagena tenía una superficie lisa de color amarillo pálido con algunas manchas oscuras.

Dentro de los vegetales para la cocina, hay que referirse a la candia. La planta pertenece a la familia de las malváceas, su nombre científico es 'Hibiscus esculentus' y se le conoce también como ají turco, algalia, angelonia, gumbo, gombo, ocra, okra, quimbombó, quingombó y yerba de culebra.


Esta es la variedad de chirimoya que se daba en Cartagena.

La razón de su popularidad era que con ella se hacía uno de los más famosos platos a base de pescado como lo era la sopa de candia. El fruto tenía forma de un ají grande, de color verde claro con una superficie vellosa, y debía cosecharse cuando no había madurado. Al abrirse, su consistencia era mucilaginosa -es decir, babosa-, lo que servía para que el caldo se pusiera espeso. En cuanto al pescado, era preferible el ahumado y desmenuzado.

En la vestimenta, ya no se ven unas camisetas de algodón de mangas largas y de color anaranjado que usaban principalmente los campesinos para las jornadas de trabajo en sus fincas y su transporte a lomo de burro. Se llamaban popularmente 'amansalocos', quizás porque alguien le vio un parecido con las chaquetas blancas también de mangas largas que se le ponen a los orates en los manicomios. Su beneficio era indudable ya que les protegía el torso y los brazos del sol, las espinas de las plantas y las picaduras de insectos. Se les veía usándolas cuando llegaban al mercado a traer sus productos.


Con la candia se preparaba una sopa con pescado.

Dicho sea de paso, algunos grupos folclóricos y de teatro usaron las 'amansalocos' cuando caracterizaban al campesino costeño, adicionado con su pantalón caqui, sus abarcas y su 'sombrero vueltiao', que en esos tiempos le decían 'sombrero campesino'.

En cuanto al peinado, los 'cocacolos' de la década del 50 que vivían la furia del 'Rock and Roll' y del 'Twist' emulaban a sus intérpretes y usaban la 'gomina', que era una especie de gel que al secarse fijaba el pelo y lo dejaba resistente aún a los embates del viento. Las marcas má conocidas en la época fueron 'Lechuga' y 'Glostora'.


'Glostora' fue una de las 'gominas' predilectas de los jóvenes.

Hoy en día se sigue utilizando 'gomina' como una palabra genérica para muchas preparaciones a base de aceites, grasas, vaselina y cera de abejas -entre otros- que se aplican al cabello, pero que no se secan y no tienen el más mínimo parecido con la 'gomina' original.

Entre las golosinas populares que se vendían en las tiendas, desde hace muchos años desapareció la 'cariseca', un cuajado hecho en moldes más o menos de 8 centímetros de alto con harina de maíz, leche de coco, mantequilla, queso, anís y azúcar, y cuya superficie se dejaba 'quemar' hasta formar una costra. Quizás como la parte superior era la que quedaba tostada y el resto era más blando y de color blanquecino, fue que le pusieron ese nombre que significaría que tiene la cara seca. Se vendía en porciones rectangulares que se cortaban con un cuchillo de cocina. Hoy se puede conseguir en el Portal de los Dulces.

Entre otras cosas, en algunos lugares del interior del país se elabora una arepa que llaman 'cariseca', pero que no tiene nada que ver con la receta cartagenera.


Manteca de cerdo recogida con una cuchara. [Foto: Wikipedia]

También en este tema gastronómico hay que resaltar la erradicación total de la 'manteca de cerdo', que era de uso diario cuando nadie la paraba bolas al colesterol y a los triglicéridos. Se sacaba de ciertas partes del vientre del cerdo -no del tocino- y a la temperatura ambiente era de aspecto sólido y color blanquecino. Se distribuía en latas y en las tiendas se despachaba en porciones sobre papel de envolver recogidas con una cuchara o un cuchillo de cocina.

Su declive se debió a su alto contenido de grasas saturadas -a pesar de tener igual cantidad de monoinsaturadas-, pero por paradojas de la vida fue sustituida por las grasas vegetales que para hacerlas sólidas eran hidrogenadas, lo que ahora está prohibido en muchos países por tener las llamadas grasas 'trans', que suben los niveles de colesterol y de lipoproteínas de baja densidad, lo que contribuye a la arteriosclerosis.

En el ramo de las bebidas igualmente desapareció del panorama la 'horchata', un jugo que se hacía con agua, ajonjolí cocido y azúcar. Se expendía en botellas del 'ron tornillo' tapadas con corcho, su aspecto era blanquecino y su sabor ligeramente amargo, así como el de la cerveza, que gusta. Se conseguía en un quiosco en la esquina del teatro Caribe en Torices.

 


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