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Letrina típica.

Excavación del hoyo para la letrina

Interior de una letrina

LOS MINER0S

Por: Carlos Crismatt Mouthon

Una de las palabras preferidas por los cartageneros en sus charlas es 'miedda' -que algunos convierten en 'ñerda'-, pero que sin embargo está totalmente proscrita en las conversaciones formales. Lo mismo sucede en el lenguaje escrito, pero en donde los transgresores son los escritores profesionales que se consideran con licencia para hacerlo.

Una de esas veces sucedió en el diario El Espectador, cuando uno de sus más afamados columnistas, el loriquero David Sánchez Juliao, tomó como excusa una apuesta que hizo con un amigo sinuano de que no se atrevería a publicar en ese diario el slogan de la familia del último, y que reza: ¡Cabrales: hasta la mierda les vale! Quizás ese decoro idiomático fue lo que hizo bautizar como 'mineros' a quienes se dedicaban a desocupar las pozas sépticas de los inodoros.

En la Cartagena de mitad del siglo pasado como no existía el alcantarillado, se utilizó inicialmente la letrina, que no es más que un hoyo en la tierra cubierto con una plataforma de madera o de cemento y con un agujero en el centro por donde se evacuaban los excrementos, encima de la que se construía a veces una caseta para mayor privacidad.

La principal innovación de este sistema primitivo fue la incorporación de una taza -primero de cemento y después de porcelana- que hacía más cómoda la deposición. Aunque parezca cosa del pasado, las letrinas aún hacen parte de los programas de saneamiento básico en muchas zonas del país. Su manejo era más sencillo, ya que se les agregaba cal o ceniza para favorecer el proceso de degradación biológica sin humedad, hasta el punto de que hoy en las zonas campesinas se aprovecha para hacer abono orgánico.

Luego, con la llegada del servicio de agua a través del acueducto, se hizo posible la instalación de los inodoros -o sanitarios- que utilizamos hoy día, y que mediante la descarga de agua a través de un sifón en su base llevaba los detritos orgánicos a la poza séptica, que era un depósito excavado en la tierra con paredes y piso de bloques cubiertos de cemento y de una plataforma con estructura de varillas de hierro y vaciada en cemento para cubrirlo. Se le dejaba una tapa cuadrada en una de las esquinas y un respiradero para la salida de los gases, que generalmente era un tubo vertical de zinc con una cubierta cónica para evitar la entrada del agua lluvia.

Pues bien, con las descargas continuas de excrementos, había un momento en que se llegaba al tope de su capacidad y el inodoro se tapaba y la poza se rebosaba. Entonces, la solución era extraer el material acumulado para devolverles la funcionalidad, y para lo cual debía recurrirse a estos curiosos personajes que -como dijimos- se conocieron como los 'mineros'.

La mayoría de los vecinos no sabían quiénes eran y como se llamaban, ya que simplemente se le dejaba la razón en unas direcciones de las que sí se sabia y ellos se presentaban por la noche en la casa en las que se requería de sus higiénicos servicios, exploraban el terreno y cuadraban el día y el valor, de acuerdo con el tamaño y ubicación de la poza. También se incluía la compra de botellas de 'ron tornillo', tabacos de El Carmen de Bolívar y fósforos 'Guacamayo' de madera.

Como elementos de trabajo los 'mineros' contaban con su carretilla de madera de tres ruedas con un tanque grande con su tapa encima, palas, cabuyas y latas de aceite vegetal 'La Suprema' sin la tapa superior y con un listón de madera clavado entre dos de los lados para agarrarlas o amarrarlas por allí.

El día de la limpieza los habitantes de la casa dormían en las habitaciones más alejadas de la poza séptica, e igualmente avisaban a los vecinos colindantes para que hicieran igual. Los 'mineros' siempre llegaban pasada la medianoche, cuando ya no había actividad en el barrio, y entraban con sus herramientas por la 'puerta del campo' que tenían todas las casas en esa época, por la que se salía del patio a la calle.

A esa hora ya se habían tomado varias botellas de ron -para estar dispuestos a todo- y después de quitar la tapa de la poza encendían sus tabacos -para tratar de enmascarar el mal olor- y enseguida comenzaban la rutina de llenar las latas y echar su contenido en el tanque de la carretilla, para luego llevarla a un sitio que ellos conocían y en donde podían botar su carga.

Esta rutina se repetía tantas veces cuanto fuera necesario, hasta que al depósito se le hubiera retirado totalmente los excrementos.

Luego de esto tapaban nuevamente la poza y se perdían en las sombras de la noche, tan sigilosos como cuando llegaron. A la noche siguiente regresaban para cobrar su trabajo.

Finalmente, dando un salto al futuro, los 'mineros' de hoy son unos grandes camiones dotados de motores de succión, largas y fuertes mangueras y un gran depósito metálico, que además de destapar cañerías sanitarias en las casas y las alcantarillas de las calles, desocupan una poza séptica en un santiamén a plena luz del día.

 


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